Reminiscencias de un sofisticado caballero de los años 40, el sombrero y los pantalones al tobillo de Michael se convirtieron en un símbolo del artista, así como la personificación de “Billie Jean”, después de desvelar el moonwalk en 1983. La sabiduría de Michael estaba en saber que el gran cuadro se compone con pequeños detalles. El moonwalk podía ser grande, pero no habría sido impresionante si el dobladillo de los pantalones de Michael hubiera cubierto sus zapatos.
Los detalles no se quedaron ahí. El fedora de Billie Jean preparó el camino para muchos sombreros posteriores, incluido el sombrero blanco de Smooth Criminal. Los sombreros eran funcionales y divertidos: Hacían a Michael varios centímetros mas alto, eran un fantástico apoyo para el baile, y completaban su aspecto elegante cuando no llevaba vestuario militar.
A medida que la multitud alrededor de Michael aumentaba, el dobladillo de sus pantalones se acortaba. Cuando nos convertimos en diseñadores exclusivos de Michael, forramos su clásicos pantalones plisados de algodón de Billie Jean con tela extra en los bolsillos. Mientras bailaba, Michael podía deslizar sus manos dentro de los bolsillos y levantar los pantalones, dirigiendo así los ojos del público hacia donde él quería que mirasen: muy probablemente, hacia su irresistible movimiento de pies. Mediante un poco de tela extra donde normalmente no existe, ayudamos a Michael a que sus ropas se movieran sin que el público viera cómo las tocaba. Su ropa podía moverse, saltar, actuar… sin el menor cambio.
Otra ilusión que creamos tenía que ver con la altura de Michael. Él medía 1.78 cm, pero creamos una figura más grande que en la realidad. La línea más larga del cuerpo va desde la cintura hasta los pies y la mayor parte de la altura descansa en las piernas, de modo que para hacer sus piernas aún más largas, añadimos una fina franja desde la cintura hasta el final del dobladillo. Esto funcionaba de maravilla porque la franja captaba la luz mientras Michael caminaba y bailaba de perfil a lo largo del escenario.
La magia creada a través de la ilusión fue también el modo en que la seda china entró en el juego. Fue durante el rodaje del vídeo “Dirty Diana”. Se suponía que Michael iba a llevar una chaqueta negra de piel. Se la puso y se detuvo. “Espera un momento”, dijo. “Tengo a los fans saltando como locos a mi alrededor por toda la pista. Esta chaqueta no sirve para esa clase de viento. La chaqueta tiene que poder quitarse para conseguir el efecto adecuado”.
Le vi luchar con la chaqueta mientras bailaba. El viento en su cara no parecía tener sentido. La chaqueta no respondía a su movimiento. Durante un descanso fuimos a su trailer y me dijo: “Bush, tu camisa me está haciendo un guiño”.
No necesitó decir más. Me quité la camisa blanca, hecha a mano para mí por Dennis, y Michael se la puso mirándose encantado y aliviado al espejo de cuerpo entero.
Durante la siguiente toma, Michael dejó a los fans en la pista hacer su trabajo mientras la gasa francesa hacía el suyo. Su dramática energía bailaba tras el cuerpo de Michael y se convirtió en una extensión del mismo, creando la ilusión de que su presencia física ocupaba más espacio del que realmente lo hacía. Así que la camisa original que Michael usó en “Dirty Diana” fue la que literalmente me quitó a mí.
La camisa pasó a ser una marca de la canción, lo que significaba que debíamos continuar con ese estilo en la gira. La gasa francesa es un material delicado y transparente que no respondería bien en las giras, de modo que tuve que buscar uno más resistente de aspecto similar.
La seda china se convirtió en la alternativa a elegir porque era ligera como la gasa francesa pero podía guardarse en la maleta y limpiarse.
Michael era capaz de moverse del modo en que lo hacía en parte porque su ropa se adaptaba a él de una manera única. Sus hombreras no le daban en la cara cuando bailaba y sus jeans no se enrollaban en sus rodillas. Esos pequeños detalles ayudaban a lograr una actuación natural y perfecta.
Sus movimientos partían todos de su propia magia, pero asegurarse de que sus ropas los mantenían, era esencial.
Otro básico de Michael eran unos jeans Levi 501 negros. Usándolos, podía aparecer más cercano a sus fans. “Yo también uso Levi’s” imaginaba que podía decir un fan, solo para quedarse boquiabierto ante una de sus patadas y preguntarse: “Por qué los míos no hacen eso?”. Tan solo unos cuantos de nosotros sabíamos que Michael había gastado miles de dólares para que Dennis y yo hiciéramos un apaño a sus Levi’s.
CONVIRTIÉNDOSE EN UN DEDO MÁS ALTO
Michael estaba siempre apuntando con los dedos. Los tenía tan largos que le llamábamos “dedos E.T.”. Los usaba mientras bailaba ante el espejo (como hacen los bailarines) en un suelo portátil con el que viajaba, estudiando cómo parecer más alto, más esbelto, más escultural y delgado.
La mitad de los movimientos de baile de Michael los hacía con sus manos. Como el guante no encajaba en el tema “Smooth Criminal”, Michael necesitaba desarrollar otra estrategia para ayudar a dirigir los ojos del público hacia la línea que formaba sobre su cabeza y a lo largo de su cuerpo con sus manos mientras bailaba.
A principios de 1987, cuando rodaba el vídeo de “Smooth Criminal”, decidimos poner cinta adhesiva blanca en sus dedos para atraer más luz. A Michael le gustó la idea porque, al mismo tiempo que hacíamos algo útil, añadía algo de diversión.
Puse cinta en sus dedos y cuando iba por el cuarto, Michael me detuvo.
“Eso es demasiado. Es demasiado vulgar”.
Así que solo el índice, el anular y el meñique fueron cubiertos con cinta adhesiva blanca. Eso se veía extraño, raro. A Michael le gustaba que la gente se preguntara “¿Por qué?” y “¿Por qué esos tres dedos?”.
Además, cuando Michael bailaba, rozaba inconscientemente sus dedos pulgar y corazón y la gente se preguntaba: “¿Por qué hace eso, será una señal, qué significa?”.
A Michael le gustaba la propensión de sus fans a preguntar, a darse cuenta y averiguar el significado de las cosas que hacía. Cuando se preguntaban por la cinta de los dedos, no quería decepcionarles con una razón tan mundana como el hacer mejor uso de la luz o la ilusión de dar una apariencia más alta y amplia.
Pero lo que descubrimos a lo largo de los años fue que cuando no das una razón directamente, la gente la encontrará por su cuenta.
Así que se convirtió en una leyenda urbana que Michael se mordía las uñas y las cintas servían para evitar ese hábito.
Las chaquetas eran siempre cortas hasta la cintura, justo hasta la cinturilla de sus ceñidos pantalones. Bajo una imponente y excesivamente ornamentada chaqueta militar, se escondía otra de las paradojas de Michael:
Una camiseta blanca siempre rasgada por en medio del escote. Era un mensaje de rebeldía bajo una chaqueta que envía un mensaje de control. Pasarle la tijera a su camiseta añadía ese punto casual que Michael siempre andaba buscando. Era un pequeño detalle que jugaba un gran papel en el extravagante acto de magia.
Él quería que el mensaje fuera: “Este es mi lado común”.
El tamaño del desgarro dependía del estado de ánimo de Michael ese día.
Él mismo cogía unas tijeras y cortaba. Unos días era un pequeño corte y otros rasgaba de arriba abajo. “Las chicas quieren ver un poco de ‘pastel’”, explicaba. (‘Pastel’ era su apodo para el pecho). Otros días se dejaba llevar demasiado y me decía: “Necesito otra camiseta, que esta está demasiado rota”.
Solía llevarle seis u ocho camisetas nuevas de Nordstrom porque no podía predecir donde acabaría el corte. Las compraba en paquetes por veinte dólares. Iban muy bien porque eran consistentes, ajustadas y no se deformaban, ajustadas como un body de licra, dejando ver la cintura cuando bailaba.
Michael cumplía la misma paradoja rebelde manchando sus ropas. La primera vez que le vi hacerlo, no me lo podía creer.
Estaba en su camerino, cogió un poco de maquillaje con sus dedos y, mirándome desafiante, lo pasó por su hombro.
Tu no puedes ensuciarte. Eres Michael Jackson.
Exacto.
Para un estilista y diseñador, podría pensarse que es el máximo horror, pero después Michael empezó a desparejar sus ropas y me acostumbré.
Para un reportaje en su rancho en 1993 para la revista Life, Michael se puso un calcetín rosa y otro amarillo.
El mundo enloqueció.
“Quién viste a este hombre?”
“Sí, ese era yo”. Y más que presumir de ello, me retorcía.
Y a Michael le encantaba verme retorcerme; lo encontraba divertidísimo.
Y mientras los fans hablaban de un chico que manchaba y rompía su ropa, a Michael le encantaba la comunicación no verbal que eso provocaba.
“¿A quien le interesa lo que llevo puesto? ¿Por qué tienen que ir emparejados mis calcetines? ¿Quién ha dicho alguna vez que tienen que emparejar?” A lo que sus fans respondían: “Quizás es como cualquiera de nosotros… pero no, no puede ser porque él es Michael Jackson… pero como yo, va sucio, con rotos… pero no es como yo, sus Levi’s son perfectos, la luz le sigue a todas partes… pero mira sus zapatos… es como yo”.
Este juego de empujar-tirar realzaba la ilusión incluso más lejos.
Funcionaba como magia. Y una vez que la magia funciona, todo consiste en ir tras ella.